La constante humana

Si hay una constante en el mundo, es la procreación. Cada minuto hay aproximadamente quince millones de fornicaciones consentidas; como consecuencia, dos millones de orgasmos y ochocientos mil embarazos. Y solo un aproximado de doce mil llega a nacer en ese minuto, en un proceso tan complejo y disímil, como lo es la propia humanidad.

Pero, hace 117 años hubo un lapso de ciento diecisiete minutos, que no pasó del todo desapercibido para los gobiernos, en los que la actividad sexual se redujo a cero en gran parte del planeta, por confluencia de los astros, por voluntad divina o por intervención maligna. Tal vez un experimento extraterrestre o simple coincidencia, quién lo podía saber entonces.

El 22 de diciembre del 2009, murió el último de los nacidos antes del receso biológico, el centenario abuelo de Arthur Kilbraham, quien es el mayor investigador acerca de los efectos que causan las tormentas solares en el comportamiento humano, un genetista y biólogo molecular que ese año decidió emprender la tarea de esclarecer el fabuloso evento de 1903.

Y ahora, luego de 10 años de investigación de un equipo multidisciplinario creado por las universidades de Cambridge y John Hopkins, y liderado por Kilbraham, podemos saber, gracias a un paper publicado en la revista Nature en mayo del 2019, que el cese temporal de actividad sexual se produjo por un bajón considerable de potencia cuántica en la tierra, debido a detracción de la luz solar, que produjo una reducción del nivel de estrógenos y testosterona, por carencia de vitamina D y otros factores químicos conexos,

Pasado este momento, se originó la acumulación extraordinaria de sustancia vital, sobre todo entre los hombres, lo que generó una gran actividad sexual en masa, conocida por las siglas GMSI (the Great Male Sexual Imposición), que en muchos casos no fue otra cosa que una gran violación en masa. Los que nacieron como producto de estos primeros minutos, y hasta pasados los 30 días, llevaron una gran carga de energía proveniente del sol, como consecuencia del roce de la larga cola del cometa Ceres con la corona solar, que coincidió con el inicio del ciclo solar 14, en el que se elevó una gran lengua de partículas que llegó con mayor fuerza al hemisferio norte de la tierra, exponiendo a sus habitantes a la singularidad producida, que generó una radiación solar anómala, la cual elevó al máximo el libido de los padres, quienes trasladaron esta fuerza incontrolable a los nacidos (sobre todo a los hombres), dando cabida luego al tánatos, cuando la energía se redujo, lo cual finalmente lanzó a los infantes a los profundos hoyos del destrudo, creciendo como una generación maldita, sin amor ni control.

Aunque en occidente se les conoció como la “generatio superba” (la que abrió el siglo XX y nos dio toda la mitología moderna de superhéroes y utopías fantásticas), no fueron lo superiores ni felices que se esperaba. Ellos son los que nos llevaron a la sobrepoblación, a la carestía, a la hambruna y a una guerra descomunal. Sus hijos aún llevan esa carga de energía negativa, y se espera que en tres generaciones más desaparezca la huella de partículas en los genes.

Si es que antes no desaparece la tierra, como consecuencia de la instauración de distopías autodestructivas, como ocurrió antes con el segundo y el cuarto planeta del sistema solar.

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