¡Enloquecía, aquella manía de atorarte el lapicero en la parte interna de la pretina del pantalón y usar una blusita ombliguera…!
Pegado a la piel,
bajo la tersa fricción,
a cincuenta grados centígrados,
es para derramar la tinta,
para mover el émbolo,
enérgico,
a cada paso,
cada contoneo,
hasta agotar el resorte,
rubricar el códice de propiedad,
escribir versos derretidos a tu tacto,
para grabar un garabato,
tatuaje que señale el sendero hacia la gruta de oro,
grafiti psicodélico junto a la puerta de los espasmos.
El aire que impulsa la tinta trae el olor del oasis,
a cinco besos de distancia,
en este calor
irresistiblemente
placentero.