<Siempre constancia teniendo,
Siga tu mano venciendo
El obstáculo que toca;
Porque una gota cayendo
Taladra al fin una roca.>
(Micro relato)
—Tieeempo… ¡siempre hay tiempo!
Era el pregón que cada día se le escuchaba al vendedor de billetes de lotería a su paso por el barrio. Esperanzada, Eva, a veces, compraba un billete pensando en un premio para mejorar su casa, pequeña para la familia, como decía su esposo Macario, hombre honrado y voluntarioso con quién ya tenía cinco hijos menores de ocho años.
¡Tiempo, siempre hay tiempo! Lo aprobaba Macario, diciendo para sí, que el tiempo lo hace uno, planificándolo bien, aprovechándolo, porque es maravilloso. Pensaba que acostarse más tarde y levantarse más temprano era una forma de crear el tiempo para hacer su casa, en su terreno, firme por lo rocoso. Su amigo el arquitecto, le hizo los planos gratuitamente. ¡Pobre Macario!, es un soñador, quiere hacer la casa sin recursos.
—Necesitas 2000 bloques, Macario, y muchas cosas — Le dijo.
—Y tiempo arquitecto, pero ese lo hago yo.
Se hizo una alforja con compartimentos para un bloque, arena, recebo y cemento necesarios para ponerlo. Lo había convenido con el dueño de la fábrica de bloques cercana al hospital donde trabajaba como operario de limpieza. Diariamente le limpiaría la oficina y como pago, saldría talego al hombro con los materiales.
Cada día ponía un bloque y al séptimo año colocó el último.
Eva, se sacó la lotería ese mismo día.
—Es recompensa a tu esfuerzo, Macario —le dijo su esposa y ambos sonrieron al escuchar al billetero que pregonaba:
—Tieeempo… ¡siempre hay tiempo!
***
