Aún recuerdo la larga calle
en la que el tiempo se quedaba
admirando el brillo de las farolas y el rastro de la lluvia
Aún recuerdo la larga calle
en la que el tiempo se quedaba
cabalgando al lomo de los perros
que perseguían a los autos
con la pereza del despropósito
y la paciencia del profesional
Recuerdo la calle, larga
la larga espera a que se despidieran
los minutos de los segundos
y besaran a las horas en la boca,
prometiéndoles volver cuando las nubes
se hubieran arrastrado del cielo nocturno
revelando una luna preñada de la luz del sol,
esperando a parir un orión más brillante
que el fuego salvaje que me inflama el pecho,
cuando por la calle larga parece que asoma
bañada en la prisa
tu cabellera negra,
aprehendida por el viento que la alborota.
No mentiré diciendo que te distinguiría de lejos,
que sabría el camino entre las otras faldas y los otros ojos,
o entre las otras sonrisas que son de la tuya una pobre imitación.
Me ha cegado ya el brillo de las farolas,
el tiempo se ha llevado parte del recuerdo
y ha dejado solo la añoranza.
Esa que me tuvo días prendido a la ventana,
sabiendo que era inútil la vigilia,
porque todo en la calle lo anunciaría:
Pararían los autos y te harían cortejo los perros,
tocando a ladridos la trompeta que anuncia
que vuelves a pasarte por la calle larga
El largo aliento se me espiraría sólo de los pulmones,
le traerías a la luna su hijo orión,
acompañados todos del regreso de los minutos,
hijos pródigos de esta espera,
que vuelven a ocupar su espacio en el reloj
Y la calle larga dejaría de existir,
más que como un recuerdo en el fondo de mi mente.