La tarde caía con sus últimos rayos dorados, y se deslizaba entre las ramas peladas de un viejo fresno asaltado por el otoño, mientras un joven, cautivo del ocaso, se precipita contra una densa neblina, que
lentamente se le adhiere al cuerpo y no tarda mucho en empaparse, hasta penetrar e inundar también el pensamiento.
Abrumado por las escenas que transitan su mente, aquellos recuerdos de aquella vida anterior, emprende con rapidez el regreso a su casa,
reprendiéndose por la estúpida idea de caminar nuevamente por las calles y lugares que había intentado anular por años. Pero ya era tarde.
Los fantasmas de los rincones más oscuros y apartados, ahora eran liberados de sus prisiones para que sacudan la endeble tranquilidad de
aquel que los encerró, desasiéndose de ellos como si fueran pesadas piedras que se arrojan en el fondo del mar.
Ah, no te desalientes alma, no retrases tus pasos, avanza, porque pronto la noche amarga despabilará su bruma, y aún la mismísima oscuridad comenzará a aclarar. Se verá el primer rayo de luz, crecerá el primer clavel y cantará en lo alto el zorzal. Descuida alma, que al brotar el día, los fantasmas del pasado volverán a su lugar y tú, al sosiego tuyo…