Tú tienes la boca que yo necesito
y no lo digo por necesidad,
sino por puro deseo.
Tú que de tantos habitas este universo
que de tantos me habitas a mí
que de tantos existes.
Tú que de no alcanzar para satisfacerme
me llenas lo necesario para no dejarme morir.
Y para no partirme el alma
de a pedazos, sirves mi mesa.
Magistral cómo desborda y acaricia un manto de piedad. Esa sensación de insatisfacción descarada que es como abrir un obsequio y que adentro esté vacío; y luego llenarse de sosiego para aceptar que queremos ser vistos y necesitados, aunque dure un minúsculo latido de quien nos sirve la mesa.
Es corrosivo ese paladar y bien que me interpela! Gracias por invitarme a ese festín, querida Lidianny.