La bestia a las espaldas

Las paredes de mi castillo de adoquines,
tienen un testigo entre sus comisuras.
Los ojos inerves y subsecuentes,
del entrometido en mi espesura.

Un dios pequeño que se ha escabullido.
Desconoce del quehacer constante y sostenido,
y de la labor dura y cruel.

Las sombras de mi castillo son su submundo.
Y duerme apabullado por los acantilados,
y los cantos de damas brillantes y murmullos,
que en la oscuridad le inspiran el sueño.

No quieras ser, tu, también un diablillo.
Pues cuando se levanta el polvo, boqueas bonito,
abres ampliamente tus fauces,
y su putrefacción impregna lo que queda de mi hospicio.

Quiere emerger y comerse al mundo.
Monstruo violento es, que quiere engullir mi alma.
Y de paso en paso, caer poco a poco,
en el mirar de un abismo, que le mira sin sentido.

Estas tan loco como yo, si crees que no te ha visto.
El te ve, como ve al lector, como una cizaña,
o como un pastor descarriando a su propio rebaño.
Dando veneno por absolución o libertad.

El te ve, te observa, como ve al mezquino que lee,
y que entre líneas conserva la mayoría de su pudor,
para no creer en la caída de su propia pasión,
en el dormir eterno de una desganada felicidad.

Si fueras como él, tendría que verte al verme.
Pues mas allá de mis paredes frías e indiferentes,
mora el yo del abismo oscuro y sin fondo.
Y dentro también, a mis espaldas, la bestia de mi dolor.

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