27 de Octubre de 1928
El buque-escuela Juan Sebastián Elcano costea Australia, dejando atrás la ciudad de Adelaida.
El viento agita sus velas con fuerza, y la proa rompe las olas, dejando espuma a su paso. El sol sale en el horizonte, de entre las aguas. Los tonos rosáceos del amanecer iluminan la mirada del joven Cristóbal, marinero de primera.
Se dirige hacia su puesto.
Ya en el puente, muestra a su jefe, Don Julián Sánchez de Erostarbe, segundo comandante del buque, un álbum de fotos.
Don Julián le dice que está haciendo un gran trabajo de documentación del viaje, y le cuenta una historia.
— “Cuando navegaba en el Nautilus, hace ahora una eternidad, había un joven marinero valenciano que era mudo. Muchos se mofaban de él por sus infructuosos intentos de hablar. Entre la tripulación estaba su primo, un marinero grandullón y pendenciero que defendía a su primo de los indeseables que se mofaban de él. Una mañana, con el sol aún saliendo sobre el mar, el mudo empezó a mover las manos e intentar gritar, pero nadie le hacía caso. El oficial de guardia en el puente lo vio y se dirigió hacia él. El mudo le señaló un islote que se veía en la distancia, envuelto en la bruma marina. El oficial no entendía lo que significaba aquello y mandó llamar al primo del mudo. Vino éste, malhumorado como en él era habitual, y el oficial le preguntó por qué estaba tan nervioso su primo. El grandullón vio el islote y le dijo al oficial que una vez, pescando en aguas de Castellón, habían avistado un pequeño islote parecido al que ahora estaban viendo, también entre la bruma del amanecer. Según se iban acercando al islote, la bruma se hacía cada vez más densa y apenas podían ver más allá de 5 o 10 metros. Había un silencio extraño, no se oía ni un pájaro, y seguían adentrándose en la bruma. De repente, las aguas alrededor del bote empezaron a arremolinarse, poniendo en peligro la estabilidad del bote. Así estuvieron durante unos minutos, hasta que el extraño remolino paró. Entonces la bruma desapareció, y donde antes había un islote, ahora no había nada. El grandullón recordó historias de viejos pescadores que hablaban de un islote que aparecía entre la bruma y luego desaparecía por arte de magia, e intentó explicárselo a su primo. El mudo, aterrado de miedo, empezó a remar sin descanso alejándose del lugar mientras su primo lo miraba con extrañeza. Al llegar al puerto de Castellón, le contaron el incidente a un viejo pescador que limpiaba pescado en el pantalán. Éste les dijo que aquel islote era real, que muchos otros lo habían visto, pero que nadie había conseguido poner pie a tierra allí. Se contaba desde antiguo que allí vivían sirenas, que atraían a los pequeños botes de pesca, para comerse a sus ocupantes. El grandullón le dijo al viejo que esas historias sólo servían para meter miedo a los niños. El viejo le preguntó que si él había visto la isla, a lo que el grandullón contestó que sí, pero que luego ya no estaba allí. El viejo sonrió y siguió limpiando pescado. Antes de caminar hacia el muelle desde el pantalán, el grandullón se dio la vuelta y le gritó al viejo que estaba chiflado, a lo que éste respondió que él nunca había visto la isla. El grandullón le preguntó al viejo si conocía a alguien que la hubiera visto y éste, sonriendo, le dijo que su hermano la había visto y se quedó mudo del miedo que pasó por los remolinos. El grandullón siguió su camino, pensativo por la historia de la isla. Cuando llegaron a la casa del mudo, éste seguía con el miedo reflejado en su rostro, y nunca más volvió a subirse en un bote de pesca. Sigo con el incidente del Nautilus, el oficial miró al mudo, y le hizo señas para que se tranquilizara, pero éste, sin mediar palabra, saltó por la borda, y salió nadando hacia el islote. Su primo, el grandullón, saltó al mar en busca del mudo, pero no consiguió encontrarlo, y regresó nadando al barco. Cuando lo izaron, el grandullón estaba aterido de frío y apenas podía articular palabra. Lo secaron y taparon con una manta. Tras un rato en completo silencio, sólo consiguió articular una palabra: Khimaira.”