Jack el Calicó

Con su ron y una mujer
canta Jack el Calicó,
y se ríe… y celebró…
¡Qué sonrisa va a caer!

Sus colmillos
amarillos
se ennoblecen
al cantar
y, danzante,
de un instante
para el otro…
besa el mar.

No dejó sentir temor
ni atrapado entre las ratas;
que entre espadas y culatas
y marines sin honor,
canta Jack el Calicó.

Y el tricornio
que humeaba
salpicó,
grave el monstruo;
y apagaba
con el agua
su fulgor.

«¡Qué sin fin es mi tesoro!
Barco… ruido… ¡libertad…!
¡Que es mi vida mi verdad,
y no es oro solo el oro!
¡Qué caudal, profundo y hondo!»

Y en la horca cae pronto,
medialuna temeraria
que se burla lapidaria
como un dios del vasto Ponto.

Se decía,
medio muerto;
«¡mundo yerto
que yo huía,
mundo incierto,
tierra fría;
¿no hay razón,
digo, al mal…
ni es triunfal
su canción…?

¡Qué tesoro sin final,
nunca hallado… oh, mundo mío!
¡Que os ahoga el dulce río,
y no veis del mar de sal
la más dulce libertad!»

Y decía; «no es amor…
no, que es cierta mi riqueza.
¡No es dinero, con franqueza…!
Aunque haberlo es lo mejor.

Son mi patria cielo y mar,
la llanura forajida…
y el disparo al espaldar,
¡que es mi patria el saquear,
y es robar mi alegre vida!

¡Arriesgarse así es mejor
que vivir entre cadenas!
Y es morir un gran favor
si se goza el bien mayor…
que es huir de sus condenas».

Y reía
como un niño…
y decía,
tras un guiño:

«Desdichado aquel que, errando,
mi tesoro quiera hallar,
¡que bajel no hay… navegando…
que tal bien pueda cargar!
Sin ser oro… ¡Tanto pesa!
¡Tanto pesa sin ser oro…!

¡Qué sin fin es mi tesoro!
Barco… ruido… ¡libertad…!
¡Que es mi vida mi verdad,
y no es oro solo el oro!
¡Qué caudal, profundo y hondo!»

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