¡Los miro solitaria, desde adentro,
desde la mínima fibra que palpita
y toda su corriente teñida de rojo!
Estiro mis manos para tocar sus almas
y apresuro mis pies para alcanzar su surco.
Son niños verdaderos, parecen invisibles…
Semejan un pequeño gorrión de suaves alas.
¡De su dolor, nadie es testigo!
No se habla de lo que ellos sintieran.
A nadie importa si su piel cansada
parece una raíz que crece adentro,
muy adentro del fondo de la tierra.
¡Niño de madrugada,
que llegas a beberme!
Pacto de luz de nacimiento eterno,
tácito convenio con la misma vida,
que juntas tu dolor y tu inefable llanto
y marchas a la par con las estrellas.