Gélidas caricias caen en las montañas agrestes,
donde las sombras reinan amables, eternas.
Bajo sus mantos nace el segador de ojos tristes,
el susurro siniestro de almas entre cadenas.
Suaves y perfectas son sus huellas.
Cada paso con ritmo de escarchas y aullidos.
Huyen desolados, olvidando las estrellas.
Vidas palpitantes, se esfuman entre latidos.
La luna llena escapa a su escondido desdén.
Surca la noche con prisa y aterrorizada;
no en vano tantos inocentes claman al Edén.
Mil noches limpias, una mancillada.