En una cama de cuidados intensivos,
agonizaba quien le dio oxígeno a su vida,
entregándole sin reservas su joven corazón.
Y en otra cama, de otro hospital público,
su esposa luchaba por vencer al Covid,
sin mucha esperanza por sobrevivir al día.
Ella, su compañera de matrimonio,
que luchó para que construyeran juntos
un lugar donde concretar sus sueños.
Ella, su amante, quien le entregó un cariño
que no pudo conocer nunca antes,
y no pudo corresponder con su entrega.
Él, yace confundido en su cama,
sin poder encontrar respuestas a su vida.
Hundido en la soledad de su casa.
Perdido en su culpable insensatez.
Sabiendo que ya está contagiado
y que cada respiro su cuerpo agota.
Con la enfermedad llegaron las pesadillas
y asomó a sus pies la barca de Caronte
para cubrirlo de olvido en el inframundo.
Y en esa noche definitiva, en que los tres
estaban a punto de cruzar el umbral silente,
ante él se presentó el ángel de la muerte.
Y le dijo con su voz vacía, que solo una
se salvaría, y que entonces debía elegir
a cuál de las dos acompañaría al averno.
Si, a su amante, que le entregó sus sueños
o a la esposa resignada y fiel, madre de sus hijos.
Y él no quiso elegir, y luchó contra la muerte.
Sin importarle otra opción que no fuese la vida,
logró salir un mes después del coma inducido.
Cuando al fin llegó a tener entendimiento,
pudo enterarse que las dos mujeres que un día
usó para completar sus sueños de macho cabrío,
ahora llenaban su existencia de arrepentimiento.