Me encontré aquel hombre, un día que andaba camino del campo recogiendo espigas y maíz florido. Se quedó habitando como entre viñedos metido en mi alma y nunca se ha ido. Parecía bajado desde el cielo inmenso como si brotara del lecho de un río, portando una rosa del color del alba suspendido en nubes como si flotara.
Me olvidé de todo y le di mis tardes y lo amé por siempre como de por vida. Le regalé días y noches floridas. Le entregué mi cuerpo en armiños de seda. Ha pasado el tiempo y la luna mira. El sol me vigila por ver si lo olvido. El corazón dice que siempre anochece, que es hora de abrirle la puerta al rocío. Se quedó en el alma…y nunca se ha ido.
Es muy placentero que tú, querida María, puedas tener tan bella impresión de mis humildes letras. Valoro mucho tu comentario, por lo excelente escritora que eres. Recibe mi afectuoso saludo poético.