De allí,
de ese lugar nuestro
donde ardían los besos,
de ese preciso
instante
en el que te miré y te
dije te quiero,
de esa certeza diáfana
que asegura que tú
unes mi mente y mi
corazón,
de la locura que bulle
en mi sangre
si tú me miras y me
dices… sí, amor,
del paradigma de
saber
que sin ti puedo ser
feliz
pero no será
lo mismo,
de la tormenta que
suena
detrás de la ventana
cuando nos amamos
sin que nos importe
ningún cataclismo,
del leve movimiento
de tu medalla
acompasado con tu
respiración mientras
duermes,
de las gotas que
componen
la onda de agua
provocada
por la piedra que
lanzas al lago
con una sonrisa
incipiente…
De todo eso,
y de eso que es todo,
renace el hombre que
ves,
el mismo que tiene
nombre
si tú lo pronuncias,
que habla si tú
lo escuchas,
que existe si tú
lo miras…
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