Vinimos a ser felices
y lo olvidamos en el camino.
Eso de jugar con la erótica
de las sombras
para maridar benevolencia
con hijaputez,
derrocha nata.
¡Ay! La yesca indómita…
Gracias
/por arderme la vida/
y no.
Éramos felices y no lo sabíamos.
Bebiendo agua para enjuagar la boca
y vino para besar el alma
con palabras tachadas de sonidos.
En tanto exista una oveja esquilada
que tiemble de frío,
y un hombre que antes de derrumbarse -ya-
viva entre escombros,
la única muerte que envejecerá
/sin cavar su propia tumba/
será un puñado de migas.