La noche con todos sus encantos
se cierra al mundo para abrirse a veces.
Hermoso placer la soledad,
cuando viene del alma;
cuando despide sonriente las visitas
y se acuesta en la cama
mientras la escarcha blanca invade
las ventanas y las horas en fila…
se van amontonando.
Ha pasado la noche con sus meditaciones
y los murciélagos, ya no aletean en el tejado.
Los termos están llenos del café de la mañana
y los perros retozan tranquilos y se miran silenciosos.
Hay que alistarse para iniciar el día;
revisar el jardín y ponerlo en la mejilla
como lo hace una madre con su cría
y evitar que se marchiten las rosas amarillas.
Hermoso placer la soledad cuando se elige;
cuando tomamos de un sorbo el contenido
de la única botella de vino que nos queda.
Disfrutamos el silencio de un niño saboreando la leche,
las cosechas apiladas en los pasillos,
el adiós del labriego que busca su simiente,
la poesía que se inventa en las camas calientes
y que siempre sin quererlo,
arrancamos a la noche.