Amanece el cielo gris, amenaza lluvia. El mar está revuelto, las gaviotas revolotean inquietas. El aroma a mar se deja sentir hondo, sabroso. Por el malecón, un par de hombres del mar pasean desafiando la brisa que se está tornando ya en viento férreo. Conversan sosegados, mirando al cielo y al horizonte de vez en cuando, con la mente puesta en tiempos ya pasados, cuando bregaban pescando, luchando contra los elementos, para traer a puerto el fruto de sus esfuerzos.
―A don Quijote le hubiera encantado Flash Gordon –comenta uno de ellos.
―Puede, y al rey Lear le hubiera caído bien don Quijote –le responde su amigo.
―Ya, ¿pero sabes lo que dicen?
―No, dime.
―Que Drácula era más de Romeo y Julieta que de Macbeth.
―¡No fastidies!, ¿Drácula?, pues sé de buena tinta que suspendió esgrima de florete.
―Quia, pero sacó matrícula en katana, que lo sé yo.
―Bueno…
Ambos pasean en silencio un rato, no necesitan hablar.
―No sé si fue el doctor Jekyll o Mr. Hyde, pero uno de los dos nunca leyó ‘la isla del tesoro’ –murmura en eso uno de ellos haciendo visera con la mano para protegerse de la lluvia que acribilla.
―Buenos libros, sin duda.
―¿Te has dado cuenta que últimamente hablas como de otro siglo?
―Puede. El lenguaje –tarjeta de visita que la vida nos obsequia– nos otorga un escudo, acaso un arma, y sin duda un presente que ofrecer en señal de buena lid.
―Sí. Mira esa ola, nos invade.
―Un gigante del mar… ¿Leíste Macbeth?.. Pues vio andar al bosque de Birnam con intención asesina.
―Y don Quijote se adelantó y atacó primero a los molinos gigantes.
―Ambos estaban locos.
―Locos, sí… Pero don Quijote hubiera sido un buen psiquiatra para Hamlet.
―Y que lo digas. ¿Regresamos?
―Vamos pues.
Y ambos dan media vuelta y se dirigen a la cantina del puerto. Allí continuarán el hablar junto a un buen plato caliente y sus cervezas frías.
Luis J. Goróstegui