Pequeños surcos se desvían del camino marcado,
cubriendo aleatoriamente el cemento de verdes hojas pecioladas.
Un manto de naturaleza protege la fachada de inclemencias externas,
y luce exuberante en el paisaje plomizo de otoño.
Sus raíces oprimen los cimientos,
encorsetando los tabiques ,
asfixiando el aire interior entre sus paredes.
Sus tallos se entrelazan abrazandose
y caen sobre el hogar como una melena frondosa
de hojas perfectamente trazadas.
«la casa más bonita del vecindario»- dicen por ahí
Sus ramas apuntan hacia las ventanas,
golpeando el cristal como un enamorado a media noche.
Trepan hacia el tejado,
y descansan sus intenciones de llegar a la cima
en grietas y fisuras provocadas por su verdor intruso.