Bella dama de vestidos finos, como el amanecer que brilla en tus mejillas, como el atardecer que se asoma a tu belleza, cual beldad divina y siniestra, tierna muchacha,
cansadas los ojos brillantes la bondad en tus manos magullas como fruta podrida, eres la belleza, ideal de los idolatras.
Cansadas tus manos sobre las nubes frías y borrascas, cansadas tus pies en las alegorías de los difuntos, la tierra tu fatalidad, de los fangos salen las pestes, y de los suelos brotan las flores malsanas, brillan en tu opaca mirada,
tu voz siniestra como la media noche,
a las horas que se cuelgan los varones Y caminan pensando en lo venidero.
Consumen las mucamas a tu sinsabor,
amargas las viejas observan tu albor, que miserables son las bellezas, de la carne que se pudre y se deshace, nacen, fructifican y mueren a lo poco y lo mucho de sus baratijas.
A los sueños tristes y lamentables señores de antaño con manos temblorosos vigilan la noche como amos de sus gatas amargadas;
extraño es la noche mi soñador, extraño es la tierra que nos alimenta, es sin fin, a veces lo vago de nosotros se observa en nuestros espejos, pobretones de los canes que nos resguardan, en el candor silencioso.
Digo que los buenos hombres caen bajo la belleza de lo infame, lo infalible la belleza, que es la más amable de todas las perdiciones, como las noches nos libran, como a los hombres soñadores que escriben a sus amadas, somos los hombres perdidos.
y nos ocultamos como la noche, silencioso y verdugo de muchos, como en el laberinto del minotauro, a veces no encontramos la razón sin alguien que nos guie, en la oscuridad como en la claridad, y de los antiguos somos aprendices.