Al hundir los colmillos en aquella arteria
palpitante
su larga cabellera canosa
se le oxidó de sangres
aquel hermoso color bermejo y vivo
parecía rejuvenecerla al instante
atrayendo hacia su ánfora diósica
la fuerza del poder enervante.
Su extraño nombre era Eva…
Eva Lilitia
pálida como las morenas sin sangres
gélida como el susto
de una hoja de papel
con un hambre sin fondo y sin sosiego.
Siempre me he preguntado
por qué los vampiros
no se reflejan en los espejos…
y una fría vocecilla
me susurra:
“Quizá
porque entonces veríamos allí
la efigie de nuestro propio reflejo.
Los vampiros
a lo mejor sean
la encarnación inhumana de lo salvaje
nacida de las raíces profundas del miedo
el enfurecido deseo prostibulario
que pretende no tener cercos”.
Chane García.
@ChaneGarcia.