El verano agotándose en las frutas
avergonzadas de su pulpa insípida.
Se nos acaba el amor como el verano
en el molino de los días y las nubes grises,
coronando un cielo que presume de relámpagos
los pájaros de alas húmedas suspenden el vuelo
y se retraen a sus nidos de ramas y hojas secas
entre los acechantes días donde las flores vomitan el polen
y la tierra se inunda de la lluvia que marchita los deseos.
El verano dando la espalda a las iglesias
poniendo en peligro los campanarios
expulsando las aves de sus territorios de bronce
y relojes donde el tiempo enloquece
se ahoga en presagios de inciensos y oraciones.
Entre lo confuso y lo acechante
el pistolero es solo un niño
que nunca aprendió a vivir
el plomo es la almohada donde teje sus sueños
el pájaro azul que invade mis mañanas y se insinúa
la madre es el arma donde se ahoga en fermentos.
El niño con su alma desobediente
ajeno a las estaciones y las lágrimas.
El sabor de la muerte es perverso,
enemigo del azúcar y los panales
de los besos de lluvia y torrentes de raíces
asciende a las copas de los árboles
cuando derrota al verano
y ondea su bandera sin necesidad de funerales.
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