¡Era bueno quererlo!
Me acariciaba con su voz lejana
y sonreía cual música grata.
En su mirada hermosa y fascinante
se le colaban dos claveles blancos.
No logré retenerlo
porque un día se marchó
en medio de cenizas apagadas.
Lo busqué en los caminos
en los aserraderos
en el camino largo
en la mar y en la arena
en los días aciagos
y entre barcos perdidos.
¡Era bueno quererlo!
Lo pienso y lo adivino en las noches
susurrando un: “te quiero”.
Y lo sigo buscando
en la copa del árbol
en la alondra que pasa
y en la esencia infinita.
¡Dios mío!
¡Como sigas así, te prometo que uno de estos días me harás llorar!!! (Vale decir que yo lloro, como se dice en Venezuela “una vez por cuaresma”, y estoy “a nada” de llorar evocando mil cosas a través de tus letras! )