Alimento de mis inmensidades,
no decaigo en mi afán de subyacerte,
al igual que mi piel, esmagada y hendida
por el alma cortante de tus labios.
He bajado al umbral de las palabras
solo para nombrarte,
hacer sonar silencios en tu voz,
percutir estas cuerdas que nos gritan
generando esta brisa, y otra, de igual a igual.
Luego el eco navega por tu cueva
eternamente, solo y encriptado,
el enigma del cielo, de la última nube
en la que me evaporo,
vistiendo los sentidos con esta indiferencia
que quiso devolverme al ostracismo
-En vida, o lo que sea, me acuchillas las yemas de los dedos.-.
No seré quien escribe ni quien lo experimente,
muchas cosas indican lo contrario,
otras tantas abogan por el primer concepto
-Se escapan de mis versos para no discutirme,
pero, ¿quién queda dentro del pensamiento?
¿Quién podría habitarlo sinceramente ambiguo?-,
como si mis ideas se votasen…
Presidiesen su propia oposición
-Se han cobrado mi ser, pero existe una cosa
que jamás lograrán:
Gobernar sin eso.
¿Imaginan franqueza en sus contradicciones,
como si hablasen todas solamente conmigo?-.