Aquí estoy sentado,
en una vieja silla,
tan vieja como él,
le digo vamos,
no obedece,
¿será sordera?
Era el viento,
su fuerza atormentaba las nubes,
era el deliro,
siempre le agobiaron las fotos,
en los aplausos,
se le ensanchaba el pecho,
crecía su arrogancia,
ahora triste sin andar,
con la terquedad del reposo,
y las lágrimas permanentes,
de la ceguera.
De nuevo la orden,
vamos
no obedece,
solo oye la canción del silencio,
la caricia del alma,
en un andar pobrecino,
cauteloso, cansino,
declinado por el tiempo,
él miraba con ojos felices,
siempre nervioso,
su vigor envidiable,
incansable,
reducía a cenizas,
el fuego de sus pasos,
y otra vez,
vamos,
no asume,
la palma le golpea el anca,
y el galope se hace feroz.