¿Dónde estará tu vestido
colorido por los años,
tu pelo negro, tus ojos,
entrañablemente glaucos?
Aparecen nuevamente
temblando por los cristales,
tus risotadas flamencas
arañando los espacios,
cabalgando por las calles
entre corridas y abrazos.
Tus manos en la guitarra,
en la tierra, en los rosales,
en los cálidos enigmas
que bajan por tu cintura
con un vértigo indomable.
¿En qué viento venturoso
vuelan tus sueños de pájaro?
Busco al menos un lenguaje,
una fórmula, un sentido,
un teorema que despeje
tanto barullo insolente
trepando por las arterias
de mi mente enloquecida.
Atrapado en mil razones
que entre muros se han tejido
como trazos delirantes
sangrando por las paredes,
desvelados aforismos,
vagando por los pretiles
entre el intento y el cálculo,
montañas de potenciales
caminos para tu rastro.
Hipótesis descartadas
sollozan abandonadas.
encerradas en el baño.
Conjeturando ilusiones
en un conjunto infinito
de cómputos siderales,
desesperados intentos,
utópicos entredichos
rebotan por los estantes
de este encierro desmedido.
Sosteniendo mi cabeza,
de cabeza, con las manos,
doy vueltas por los designios
de este amor enmarañado…
Siempre la misma respuesta
me sumerje en el ocaso:
La soledad es un axioma
genéticamente humano.