En tiempos frágiles

[Un #cuento, de Luis J. Goróstegui]

En aquel tiempo ubérrimo –y aún de ignorancia supina que me tocó vivir– comprendí que tenía que hacer algo –y urgente– para que mi frágil convivencia con la humanidad no diera de bruces con su extinción. Busqué consuelo en libros milenarios de escritura en bustrófedon; hallé espejismos, fugaces eso sí, que dieron a mi existencia un quimérico simulacro, pletórico es cierto, pero poco más; la música ya no me hablaba; el silencio parecía huir de mi lado como alma que lleva el diablo, lo reconozco; el otoño lloraba al verme; el invierno… el invierno me gritaba adrede, soez entre tormenta y tormenta, con el frío y la nieve como armas arrojadizas que me traspasaban el corazón como espada legendaria de inverosímil verosimilitud –valga la cruel redundancia de reminiscencias bíblicas–. Busqué con quién debatir verdades incuestionables que lograran encender en mí siquiera aquella ascua remanente que sabía que aún tenía como tesoro de niño escondido en lo más profundo de mi ser inmortal, pero fracasé –no, no fue culpa tuya, amigo mío–, lo reconozco, como náufrago que se percata sin remedio de que sólo tiene agua a su alrededor y monstruos merodeando bajo sus pies desnudos. Puse en la gramola de mi abuelo melodías de aroma navideño, pero na; busqué entre las estanterías de discos alguno de jazz orquestal que me aliviara, pero quia, menos si cabe; inventé, incluso, una gramática propia de memoria aramea-grecolatina que diera algún sentido a mis pensamientos erráticos e inconexos, y aún así vagabundeaba sin rumbo, y aún perdido, entre el maremágnum de incomprensión y el desprecio convulsivo que me acechaba inmisericorde por doquier cada nanosegundo de mi vida. Pero todavía cabía una opción, ilógica si queréis, pero factible en teoría –al menos así lo veía–; y, aunque con un desfasaje impropio de alguien de mi condición estelar, dejé escrito en letra cursiva mi última voluntad, por si a alguien le pudiera servir mi experiencia. «Querido Diego, amigo mío, si acaso llegaran a tus manos estas últimas líneas mías, que sepas que estoy bien, que he logrado alcanzar al final la gloria prometida por mis antepasados…», comenzaba diciendo sincero a quien me socorrió fraterno al toparse conmigo una mañana de ventisca y frío. ¡Ah, si no hubiera sido por él…! Pues mi llegada a la Tierra fue casual pero aún así prevista por mis mayores que me enviaron en peregrinación. Aquí me consideraron un filósofo loco, un místico ilógico, un científico quimérico, acaso, pero todo lo daba por bien gastado con tal de avanzar y abrir camino. Soy consciente de mis limitaciones y de que hice lo que estaba en mi mano y de que logré cierto éxito –no carente de falsa humildad, lo sé–, que computó en mi favor. Fue por ello que, en un último esfuerzo, un amanecer de verano, cuanto mi tiempo llegó a plenitud, alcancé a trenzar un ramillete de rayos de sol y me transporté como estrella fugaz en alejamiento gravitatorio hacia mi hogar entre las estrellas, de donde provine hace eones. ¿La humanidad? La humanidad no depende de mí –y eso que logré para ella una segunda oportunidad–, pero sé que tendrán noticias nuestras de nuevo. Dios quiera que estén preparados para entonces.

Luis J. Goróstegui

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Oh, Luis!! Con todo lo escuetos que son tus haiku…hoy te explayaste!!! Jajajaja :joy::joy:
Muy bueno! Me atrapó! Lo del bustrófedon un toque muy acertado…:blush::blush:
Échate alguno así de vez en cuando…
Un abrazo!

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Muchas gracias, @mariaprieto, me alegro que te guste mi relato. Lo echaré, lo echaré😆
Un abrazo.

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Muy bueno Luis. Un placer descubrirte en otros registros.

Un abrazo :slight_smile:

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