Escucho respirar la mirada del mar
que tropieza con las partes de mi risa
que no están ahí.
Niego que haya un faro que dé luz
a la noche que observa todos los golpes
que se han dado.
Los golpes son diferentes y el final
siempre es el mismo.
Cicatrices con la costumbre de dejar silencios
en el asiento de enfrente.
Me imagino recorriendo
los pasos que perdí. Supongo que ya es tarde.
En esta cárcel de culpabilidades y miedos
habita un grito de frío que me muestra su asombro,
que quema las palabras que no supe decir.
Un grito que se detiene mientras duermes.
Ausentes, mis labios. Huyen de ti.
Huyen contradictoriamente, los oyes?
Pero huyen. Y te enfadas.
Y me enfado por tener aquel día la culpa de tu luz.
Te aparto de mi. Tanto que ya no sé dónde estás.
Y ahora te echo de menos.
Ahora que he conseguido que te fueras
me doy cuenta de que, justo eso,
era lo que único que no quería.
Qué idiota.