Empolvada de soledad
Jennifer Estefanía Salas Ramírez
Cada mañana amanezco con las sábanas enredadas y tu olor adherido a mi. Me desdoblo y contradigo al compás de tu despertar; tus latidos resoplan por debajo mío, mientras me expando entre cada espasmo del diafragma. Resulta que mi propósito no sólo es mantenerte vivo al ser tu mejor e inigualable escudo, sino que también es mi obligación lucir bella ante ti y a los ojos de quienes te rodean, cuanto más joven y lisa parezca es mejor, y debo decir que la mayoría de las veces tú no contribuyes a que eso sea así, pues el mantenimiento es deficiente, pero igualmente exiges que esté más que presentable, y no lo haces por mí, ni siquiera por ti, la meta exclusiva es generar envidia en los que te miren. Pero nunca es suficiente, tarde o temprano terminarás hartándote de que no puedes mover cierto lunar y lo cubrirás con maquillaje o ropa, de que un inoportuno grano arruine tu fotogenia, de que una arruga nueva obstaculiza la credibilidad de la edad que te has inventado, de que la burda cicatriz levanta más miradas que antes, de que mi color no hace juego con tu estrato social, incluso si es una idea que alguien más ha tenido por ti. Y enfocándonos en matices, mientras más parda más intentas aclararme o teñir otras partes de ti, aunque si de verdad tuviese yo un color oscuro, hacerme más clara no sería tu principal preocupación, te ocuparías de que tu injustificado sueldo alcanzara para alimentar a tu gente, ahora bien, ese no es el tema aquí.
El tema es mi sublevación, antes debo avisarte que la guerra no es contra ti, sino contigo. Necesitamos unir fuerzas para terminar con constantes ataques del exterior, la carne que cubro late con fervor, a veces quiere salirse, desbordarse, pero sé que debo contenerla, incluso si implica recibir quemaduras, daños irreparables, coloraciones violeta, máculas y heridas accidentales o voluntarias, como aquellas que consciente generas atravesándo afilados utensilios de tortura en cuyas cortadas colocas accesorios diversos que, para ti, actúan como suplementos de belleza, también toleré a los cambios escurrir entre los volcanes curvos que los escalofríos provocan encima de las inseguridades de tu pubertad.
Poco a poco los ríos sudorosos desvanecen los mapas formados por las tintas que decoran tu cuerpo, algunas aplicadas con agujas furiosas y otras bordadas con cada año que cruzas, y así se van acumulando los surcos y manchas de aquella astuta membrana que antes se erizaba al calor de las caricias ajenas y ahora yerta ante el frío del monótono tiempo que le va dejando dolorosas llagas de sabiduría.
Aprende del abanico nuevo de arrugas, desplegado en medio de la aridez que ha embadurnado preocupaciones en tu gesto, atrévete a rejuvenecer pero por dentro, recuerda que soy reflejo de tu interior, así que ríe, juega, corre, grita, devórate el camino, permite que la humedad regrese a los poros, aunque sea en lágrimas, en rocío veraniego, en el extranjero vaho que despeja tus opacos sufrimientos, que puede librarme de terminar empolvada de soledad.