Cayeron al marchito suelo que en breve
se humedeció. Allí, rodeadas de polvo,
imperfectas, ovaladas, redondas y cuadradas;
aunque no hubiera sol, aunque no hubiera luna,
crecieron esas tiernas hojas de bruma.
Sujetas por débiles raíces de humo
y no parecidas a ninguno.
-Soñaba con un pequeño bosque,
o una gran constelación,
una bonita bandada
que va formando un corazón-.
Aún atadas ya brotaba el tallo,
los pétalos, pistilos, apareció el polen
y después el fruto.
Siguieron creciendo y el tallo se hizo robusto;
palmeras, eucaliptos, encinas y pinos.
Pues ya dejaron la etapa de arbusto,
y como serpientes de hierro
sus raíces se enroscaban aparentemente a gusto
¡Ay! Que susto…
se oxidarán todos los nudos.
Demasiado sol, poco viento,
mucho frio, poco calor;
tormentas, rayos, lluvias, llantos.
Solo sobrevivieron dos, y el que falta
la tempestad se lo llevó.
Lejos, solo y desesperado,
allí abandonado él se había quedado.
Una sola flor en su antes frondosa copa
había olvidado, y con suerte el polen
abrazado por esos cariñosos jirones
pudo ser esparcido por bonitos rincones.