–Por fin te convenzo, Dago –Dijo Damián
–Sí, pero sentados. Para eso debemos llegar a la terminal
temprano.
–Como quieras. Mañana para Artemisa. Los gastos van por mí.
¿A las seis te parece bien?
–Perfecto.
A Dagoberto no le hacía gracia ese viaje. Al escuchar
las razones de su amigo decidió acompañarlo. Estaba
preocupado por Lorena. No la veía desde que su marido los
sorprendió, un mes antes, cuando conversaban, apartados
tras unos árboles. No tuvieron tiempo de darse el primer
beso. El apareció de súbito. La amenazó con sacarla de la
casa: “Por puta eso es lo que te toca”, le dijo.
Abochornada, Lorena se acercó a él, llorosa. Damián,
atónito, no dejaba de observar la escena, estaba al acecho,
indeciso. No respondió a las injurias para no agravar las
cosas. Su esposo salió caminando y ella tras él, sumisa y
compungida. Al día siguiente cumplió lo prometido. Ya
Lorena estaba con sus padres, en Artemisa.
–Mira cuánta gente. Nos iremos, si acaso, en el segundo
ómnibus.
–Tienes razón. La cola está del carajo.
–Lo que está de madre, es que siendo un jodedor, te hayas
encaprichado con esa mujer.
–Así es la vida. Cómo un cuento. Me gustó. Ella era un poco
arisca al principio, pero entró en confianza y al final la
conquisté.
–Parece que te cogiste con ella de verdad.
–Así es. Hasta un poema le escribí.
–No me hagas reír… Tú poeta…Je, je, je.
–Lo tengo en el bolsillo, es una copia. El original lo
tiene ella. Digo, si no lo rompió o le dio candela. Toma,
léelo. Es un tanto erótico.
–No, Ángel Bueza… No estoy para eso ahora ¿Y qué te dijo
Lorena?
–Nada. Se puso seria. Ese día no me miró más a los ojos, me
evitaba ¡Pero lo guardó en su cartera! Me sentí orondo por
eso. Le gustó. La invité a conversar, pero cuando nos
vimos, ya sabes lo que pasó.
– Se quedaron con las ganas de comer el dulce porque vino
el lobo y “saz” lo desapareció. Y ahora, a buscar a
Caperucita. ¿Conoces la dirección?
–La supe por Raquel. Son buenas amigas, además de vecinas.
Subieron. Se sentaron juntos. El vehículo se puso en
marcha. Dagoberto abrió la ventanilla y soñoliento, se
arrellenó en su asiento. Se durmió. Un codazo en sus
costillas lo despabiló.
– ¿Qué, qué pasa? –Dijo molesto.
Damián, puso sus labios en forma de pico y haciendo un
gesto de cabeza, sin dejar de presionarlo con el codo, le
señalaba, a escasos dos metros delante de ellos, el rostro
de una hermosa mujer.
– Mira que hembra. Esos labios carnosos se dan un aire a
los de Lorena. Lo que más me gusta de ella. ¡Esa imagen me
encanta!, ¿No crees vale la pena ir al fin del mundo por
algo semejante? Socio, ¿No te sacrificarías por mí? Anda,
dale el asiento.
–Le ronca que me despiertes para esa mierda. De verdad que
estás loco. Estamos por Punta Brava. Nos falta un mundo
para llegar. Si te crees Don Juan, dale tu asiento; a lo
mejor la ligas. El mío, de eso nada, compadre.
–Está bien. Era una broma. No puedo dejar de mirarla. Te
juro que si como la Gioconda, me esboza una sonrisa, le doy
el asiento. ¡Escríbelo!
Con leves movimientos de cabeza, y miradas de soslayo,
Damián trataba de atraer su atención, como invitándola a
sentarse. Su amigo, que no lograba conciliar el sueño, se
dio cuenta de algo ajeno a los ojos de Damián, pero que
podía tornarse en tragedia. Quiso salvar la situación. Le
dijo en un susurro:
–Estás en problema. El tipo que está detrás de ella no te
quita los ojos de encima. Amenazadora señal. Disimula, es
feo el asunto.
Receloso, el hombre se colocó al lado de la joven. Le
puso el brazo sobre los hombros y con una contracción
muscular, llevó la otra mano al tubo de agarre, que apretó
con fuerza. Su mirada se hizo más hosca. Damián,
ingeniosamente, no encontró otra salida que fingir padecer
de un TIC. Continuó con sus gesticulaciones, solo que ya
sus miradas no se detenían en la fémina. Dagoberto, sin
poder evitarlo comenzó a reír, apretados los dientes y sus
labios. Mientras más quería controlarse, peor era. Damián,
muy serio, bajo la mirada escrutadora del individuo, sin
mover mandíbula, bajito, le dijo:
–No te rías, coño. Esto no es un juego.
Frase que aumentó la risa transformándola en tos
estentórea, hasta el punto de tener que doblarse, poner su
rostro sobre las rodillas y taparse la boca con las manos.
Era enfermiza. Indetenible. Rato después, desde su posición
casi fetal, hilarante, le dijo:
–Nos vamos a tener que bajar. ¿Todavía están delante de
nosotros?
–Están. Ya no me mira tanto. Unas veces sí, otras no. Voy a
tener que seguir “con mi actuación” hasta el final–
Respondió, con risa de conejo.
Ya en Artemisa. Continuaron en sus asientos hasta ver
bajar a todos y que la dama y el señor desaparecieran. Al
descender del autobús y comenzar a caminar, Dagoberto hizo
algunos ejercicios de estiramiento para espabilarse.
Rememorar los avatares del viaje los hizo reír a
carcajadas; más aún, cuando Damián, jocosamente, reproducía
el TIC. Entraron a una cafetería. Después de desayunar,
dieron unas vueltas para conocer el pueblo.
Averiguaron la dirección y se dirigieron a ella. El
galán no cabía dentro de él. Lo embargaba la nostalgia. Se
le ensanchaban las ansias por ver a su Dulcinea. Tocó el
timbre. Enmudecieron ambos. A Damián le repuntó el TIC,
pero esta vez no fue fingido.