El río que lleva a Camelot

Ni soy de la nobleza, ni estoy encerrada en una torre.
En una torre, en una isla remota.
Tampoco temo a la maldición, ni al río.
El río que lleva a Camelot.

Nadie sabe de mi nombre.
Mi verdadero nombre. El que no hay que revelar.
No me gusta tejer. Quiero, pero no.

Siempre ando buscando el tesoro por la acera.
Miré al suelo, observando tus sueños. Hasta que olvidé los míos.
Vi pasar la vida en el espejo, en este reflejo en el que te creí
cuando me dijiste, ven, ven, ven.

Y me caí de cara. Me clavé cristales rotos.
Me los curé. No es nada, te mentí. Solo un rasguño.
Y una mierda, solo un rasguño.

Ya ves. Confundí llamar tu atención con amor.
Y renuncié a mi dignidad.
A la que ya había renunciado tres veces antes.
Y miraba a través del espejo.

Pero no como el de Alicia.
Había un pueblo y una carretera.
Un espejo sin apenas luz. Eres reflejo. Eres sombras.

Y te vi. Pero no a ti. Vi al tesoro.
A las piezas del puzzle.
Quizá no era piezas. Quizá era tornillo. De cabeza.
Nunca quise ser la dama de Shalott.

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