«Está embrujado», dice. Sin inmutarse lo dice. Como si tocara el solo de Highway star. «Está embrujado». Y el reloj deja escuchar sus campanadas.
«Está feliz», dice, «está muy feliz». Y toma un trago de su cerveza. Ritchie Blackmore
tuvo a Deep Purple, un arcoiris, tuvo sus noches. Ritchie Blackmore tiene un reloj
que solo suena cuando está feliz. A cualquier hora
deja escuchar sus cam(r) p(c)an(j)adas, y Ritchie Blackmore brinda
por esa felicidad. Brinda, con su rostro gastado de vieja estrella del rock & roll.
Yo tuve un disco de Deep Purple, un malecón, unas noches que no supe aprovechar.
Tuve un reloj que salió de los noventa con las agujas torcidas. Un reloj triste,
que nunca escuché reír. Y eso era normal.
Hasta que supe de Ritchie Blackmore y su reloj embrujado.
¡Suerte de quien tenga un reloj que ría! Un reloj que nos recuerde
por quién doblan las campanas de la felicidad! Pero Ritchie Blackmore solo hay uno,
viejo rockero con alma de riff.
Bajo la noche de una ciudad y cerveza, pulsada por las cuerdas
del tres escucho doblar las campanas de la catedral y brindo;
brindo en silencio los que ríen, por los embrujados,
brindo por mí y por aquellos
que usan reloj de pulsera y le acercan el oído
por si los escuchan sonreír.
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