La noche estaba serena,
la ciudad adormecida
la calle silenciosa…
ella enamorada
lucía hermosa.
En el contraste de la noche
la luna brillaba
en la penumbra
con su pálido resplandor
en lo alto de un cielo estrellado.
El viento suspiraba
con su dulce susurro
entre las esquinas
de la ciudad
que recordaba.
Ella, enamorada,
llegó a la calle
donde el recuerdo
prendido quedó
en las balconadas.
La ilusión relinchaba
en su interior
el deseo,
desbocado,
de sus bridas tiraba.
Su mirada,
tendió sobre la calle
como una alfombra floreada
buscando el rostro
de su ilusión y deseo…
mas el desierto vio.
Un segundo de duda…
que una eternidad
le pareció
al reloj de su corazón
en el tiempo del alma.
Sus pasos encaminó, segura;
aún no había alcanzado la esquina
donde un beso le robaron,
cuando de sus labios un suspiro
de júbilo se escapó,
junto con una lágrima asustada.
Había visto moverse,
en ese instante
en que el párpado
se encierra en la pena
y se abre en la sorpresa,
la sombra alargada,
bajo el sombrero,
del hombre que ocupa sus sueños,
al que su corazón anhelaba
y su mente absorbía
en el secreto del día.
Sus pasos apresura
inquieta y nerviosa, en su busca;
al doblar la esquina, se detiene,
fija sus ojos estampados
en la penumbra del vacío…
inmóvil se queda
congelada en el tiempo.
Un ligero temblor
agita la hermosura de su cuerpo,
que va creciendo… creciendo
hasta que rompe en una sonrisa fría
y en la cálida caricia de su ensueño.
La alargada sombra, bajo el sombrero,
en ese instante en que el deseo
da una pincelada en el rostro de la ilusión,
se revela la realidad
en la calle silenciosa.
Todo había sido el reflejo del sueño
en la bóveda de la enamorada
que esa noche serena
había salido a buscar
el recuerdo de su enamorado.
Del Poemario El Miserere del Olvido.
Pippo Bunorrotri.
