Cerebros desconectados.
Niños mordiendo el concreto.
Escapar de los muros de estiércol que levanta el sistema parece el fin último del hombre.
Sobrevivir es el camino a diario que el hombre desposeído debe sortear.
Las quincenas se hacen cada día más eternas de conquistar y la recolección cada vez más irrisorias. Para preservar la especie humana, no será con la acumulación y mucho menos con el consumo desmedido promovido por los hijos putrefactos del ilustre mercantilismo devastador.
El virus de la inmoralidad, del consumo y la avaricia que nos enseñan en las escuelas modernas hay que franquearlo y arrinconarlo.
¿Habrá qué levantar barricadas cada vez más gigantes en contra de la avaricia y la codicia?
Debemos dar paso al pensum del honor, de la rectitud y del trabajo honrado. Habrá que asignar hasta el cansancio, al estudiante de hoy cada día más contaminado una materia fija: El Humanismo.
Vivimos entre hombres con brazos y sin venas, con alma y sin conciencia. Al nacer nuestro ADN ya está hipotecado a la barbarie del consumo y el gravamen.
La avariciosa plutocracia es un potingue mágico que encadena al hombre a la desgracia y a la disconformidad.
¿En qué mundo vivimos?
¡La izquierda es de ricos y la derecha de pobres!
¡Qué juego tan sucio es la Comunidad Internacional, que siempre se adelanta un turno para mentir y robarnos nuestro descanso!
¡Vivimos atrapados en una maraña escabrosa de espinas!
Vivimos con miedo y sin opción de levantar la voz, porque quienes deberían reproducir el grito de nuestra desesperanza tienen el botón silencie para que no retumbe al otro lado del muro.
¡Así es el sistema actual!
Estoy seguro que el tiempo, nuestro tiempo, no es tan viejo, solo que al hombre se le ha olvidado vivir entre otros hombres y el sistema ha hecho que envejeciéramos muy precipitadamente acumulando falsos tesoros que nos ahogan; tesoros inservibles para la preservación de la humanidad.
El sistema no es el paraíso.