Ya no sé si eres
el invierno intranquilo
que pelea en mi contra
o un verano abundante,
ajeno a mis playas.
Pero, te quiero
y me lo gritan los brazos.
En mi ignorancia
alcanzo a concebir el latido
que estoy perdiendo
en el letargo mudo
de tus manos.
Me lanzo a la vida sin protección,
me expongo a la obstinación,
al mundo y su intransigencia.
¿Qué esperas de mí?
El temor toma fuerza,
me desgarra,
la añoranza de tus labios
me enmudece.
Callo cuando no encuentro
alivio en la aurora,
callo cuando tu ausencia
me desploma.
Tu mirada a la distancia
me mantiene a raya,
procuro ceñirme a la cordura.
Mi única posesión
son estas manecillas atrasadas
corriendo tras tus pasos.
¿Cómo voy a alcanzarte?
Te veo convertido
en el silencio que precede
a una mujer que tiembla,
que se desangra.
Mientras tú,
tan engrandecido,
tan ensanchado,
tan luz incandescente,
me rescatas del abismo ocasional
de mi propia sombra.
- Porque en el fondo de cada sentencia de muerte, yace una esperanza infinita