Cuentan que, en una pequeña aldea de labriegos, hace mucho, mucho tiempo, nació un niño sano y fuerte, al cual sus padres criaron con amor y ternura, recibiendo el nombre de Alonso. Algunos años después, ya mozo, Alonso se enamoró locamente de la hija del marqués de Ocaña, con la que a escondidas, empezó a escribirse cartas de amor, ya que también la muchacha se había enamorado del campesino. Su romance permaneció en secreto durante algún tiempo, y de las cartas se pasó a furtivos encuentros en las noches sin luna.
El joven, que no podía esconder más lo que sentía por la hija del marqués, se lo contó todo a sus padres, los cuales le advirtieron que su romance estaba predispuesto a fracasar. Un simple labriego no puede estar con la hija de un marqués, decían, pues este, debía encontrar un pretendiente de posibles para su hija, y Alonso no lo era. El mozo se negó a la evidencia, y a pesar de lo que se presuponía imposible, no estaba dispuesto a renunciar por nada al amor de su querida Inés.
Una noche, en uno de esos furtivos encuentros, el marqués, que ya sospechaba algo, los sorprendió infraganti, y en un delirio de ira, golpeó al muchacho tan fuerte en la cabeza con una gran piedra, que lo dejó yaciendo inconsciente en el suelo, haciendo pensar a la desesperada Inés que su padre había acabado con la vida de su amado. A la mañana siguiente, con la idea de hacer desaparecer el cadáver del amante de su hija, el marqués se dirigió al lugar donde había dejado la noche anterior el cuerpo del labriego. Al llegar a la linde del bosque, lugar de los hechos, el cuerpo había desaparecido, y tan solo se advertía una gran mancha de sangre. Visto esto, el marqués pensó que alguna alimaña nocturna había hecho ya su trabajo, y limpia la escena del crimen, y despreocupado por la muerte de un trivial campesino, marchó a la cantina a celebrar que la honradez de su querida hija estaba por fin a salvo. Mientras tanto, afligida por la muerte de su amado, Inés pretendía quitarse la vida con una daga, pues no podía soportar un segundo más sin estar junto a Alonso.
Inés, daga en mano, estaba ya dispuesta a atravesarse el corazón, pero justo antes de hacerlo, una mano la detuvo. Al girarse contempló sorprendida el rostro del muchacho, el cual todavía sangraba. Inés soltó el arma y abrazó a Alonso; después, y todavía con lágrimas en los ojos, curó a su amante mientras este le contaba como había conseguido sobrevivir. El mozo relató a la joven, como una anciana le había despertado y le había indicado el camino hasta la aldea, pues al despertar estaba aturdido y no sabía dónde se encontraba. Luego, al girarse para darle las gracias, esta había desaparecido.
El marqués, después de unas cuantas rondas de vino, regresó a su casa para preocuparse por su hija, pues a pesar de la severidad con la que la educaba, le era bien querida. Este había enviudado cuando Inés tenía apenas cinco años, y lo que pretendía era casar a su hija con alguien de posibles para que no pasara penuria, así como tampoco su descendencia. El elegido era Ramiro, el hijo de don Jacinto, un rico hacendado de la provincia. Al llegar para darle la nueva de sus futuras nupcias no encontró a su hija en casa. Una nota en la escribanía era lo único que quedaba de la presencia de su hija, la cual, decía no regresar a casa hasta aceptar a Alonso como esposo, y darle al muchacho su consentimiento para desposarse con ella.
Dado que el joven labriego estaba vivo, y que Inés se había enamorado perdidamente de él, y a pesar de las reticencias que este sentía a tan inadecuado enlace, al final, el marqués tuvo que aceptar las peticiones de su hija. Primeramente, le dio permiso al muchacho para que se casara con su hija; luego, le pidió perdón por lo sucedido en el bosque días atrás. Todo parecía olvidado, y el enlace se celebró en poco menos de un mes.
Alonso e Inés se unieron en matrimonio, y poco a poco, el marqués fue aceptando de buen grado la relación al ver tan feliz a su querida hija. Las dos familias se unirían por lazos de sangre con la llegada, primero de Alfonso, y dos años después, de la pequeña Julia.