Como habían convenido, ella lo esperaba en la parada del ómnibus a las 6 de la tarde. Al detenerse el autobús, sus ojos saltarines lo vieron descender por la puerta trasera, y ella, oronda, corrió hasta el. Se estrecharon y besaron apasionadamente… Tomados de las manos comenzaron a caminar. Mientras lo hacían, conversaban sonrientes. Era la primera vez que la visitaba y ella estaba muy ansiosa por presentarlo a sus padres y familia.
—Están locos por conocerte… —dijo ella girando la cabeza para mirarlo a los ojos — ¡Les vas a caer bien!
—¿Tu crees…? —Respondió algo nervioso.
—¡Claro que sí…! Ya te conocen de tanto que les he hablado de ti.
—¿Qué les has contado?
—¡Todo! Y lo orgullosa que me siento de ti…, mi héroe—Concluyó asiéndose de él con fuerza al besarlo.
<¡Todo!> Se decía él, contrariado. Ignoraba cómo salir de la situación en que se hallaba inmerso. Apenas hablaba mientras caminaban. Ella lo atribuía a que estuviera nervioso, apenado; pero realmente era angustia lo que se adueñaba de él, temeroso de cómo abordar el momento de presentación, los inevitables diálogos que se suscitarían y lo incapacitado que se sentía para continuar con sus falacias, más aún, después de la empatía amorosa que reinaba entre los dos. <Soy un imbécil> pensaba él… <¿por qué la habré enamorado de manera tan estúpida? Y todo para ganarme su atención, deslumbrarla pintándole escenas y acciones de combate que nunca ocurrieron en lugares a los que nunca fui, y los vítores recibidos en los actos en que se me reconocía como héroe destacado en diferentes hazañas… de mi imaginación.>
—Mi mamá ha preparado una comida exquisita para la cena, y para colofón, un budín de almendras que… ¡te vas a chupar los dedos! —Le dijo para animarlo
—Lucy, tengo que decirte algo…, que no sé por dónde empezar…
— ¡Ah! ¿Hay algo que no me ha hayas contado?
—Lucy…Estoy tan enamorado de ti…
— ¿Y qué?
—No quiero perderte, pero solo estoy pasando el Servicio Militar, no soy ningún héroe, no he cumplido misiones militares ni estado en ningún combate… Yo solo… — no sabía dónde poner los ojos.
Con el seño fruncido ella lo escuchaba atentamente, escudriñando su rostro.
—Yo solo… ¡Me gustas tanto…!
Resoluta, y con un gesto despectivo, pero sin alterarse, le dijo al marcharse dejándolo deshecho:
—A mí me gustaba el héroe. ¡Y ya no existe!