El viejo Antonio se resguarda en la fragancia de la sombra,
donde se remansan las olas, de la fatiga, en el sosiego y la calma.
Ve el viejo Antonio
como se rasca el sol la espalda en las tapias del pueblo,
lo ve arrastrarse luego por las calles con su cansancio inhóspito.
Lento, lánguido, profundo, andar es necesario,… volver a la promesa
del inicio. Es lo que hace ahora el viejo Antonio.
Cuando camina de regreso del extravío,… por el polvo ocre del sendero,
aún no se siente seguro, pero introduce la llave en la cerradura y la puerta lo acepta.
Reconocen los recuerdos al viejo Antonio,
lo celebran,… Antonio busca en la cocina café amargo, lucidez y defensa.
Quieren que los nazca y que los alimente. Mira por la ventana, sabe que son pequeños,
que crecerán con los rayos de plata que la luna manda a borbotones, a la tierra.
Duro es el sueño.
Una lluvia repentina, taciturna, refresca la madrugada, y moja la voz rotunda que tienen
cuando se ponen pesados.
El viejo Antonio sabe que adentro no está a salvo.
Es madrugada y sigue lloviendo, pero el sediento amarillo del verano, le abraza la garganta,
se sienta en una silla, bebe agua, y espera que desde el amanecer los cantos pueblen los escasos árboles.
Fuera está el día, no tiene claro si será capaz de vivirlo, ganas no tiene, pero eso siempre pasa al principio.
Esa granuja de la noche lo deja sin aliento, que no le concede la soledad del silencio, solo ruido de recuerdos.
El viejo Antonio regresa
al amargo café, sale, cierra la puerta con llave,… los abandona, con la ilusión que se fabrica con la harina de la mentira, que la próxima noche, por fin, la pasara sin ellos.
Es temprano pero en la tapia ya el sol anda con su rascar, le picara la espalda, y el viejo Antonio sigue haciendo la vida.