En batallas juveniles de aquellos días
contra las emboscadas del frío,
atrincheraba besos en tu abrazo.
¡Cuanta seguridad,
cuanta bravura
cuanta ternura
el parapeto de tu entibiado cuerpo!
Hoy, desarmados contra helados vientos
lanzan gritos marchitos
ateridos
claman el abrigo imposible de tus labios.
Un adiós filoso y vertical
aguillotinado
separó dos edades errantes
que deambulan senderos retorcidos.
Ese día fue un acantilado,
manotazo sobre rompecabezas amoroso,
espada clavada en la roca del tiempo,
nudo de sombras que no hay luz que desate.
Comencé allí a desmantelar altares
regresé a idolatrías de la lluvia y viento
a encenderles versos llorosos
atribulados
heridos de muerte
a tratar de acurrucar desamparos
en mares gélidos
sin horizontes ni atardeceres.
Queda navegar con el timón herido
la brújula confundida
escondiendo el baúl de tus recuerdos
en la isla fantasma que me habita.
Avaro y desencajado
tesoro para no ser gastado jamás.
¿A qué torturarte con mi tortura si no pudiste darme la felicidad con tu felicidad?
¡Tanto que añoré el placer con tu placer!
No se pudieron endosar nuestras vidas.
Perdones, llegaron tarde al buzón del orgullo.
Remordimientos, más pretextos que valor.
Penas escondiéndose para llorar a solas.
La distancia,
cuñas de silencio entre los dos.
Horas aciagas desgajando,
alejando lentamente amaneceres
de tu sueño posado en mi pecho.
En los pequeños olvidos,
en rutinas circulares,
jamases
traiciones
acechando manos en desamarre
a la deriva.
Si no pudiste latir con mis latidos,
y tu respiro evadió mi suspiro
¿A que torturarte con mi tortura?
Algo queda de ese tránsito
eco de aleteos de ese intento de vuelo
brillos que asoman de vez en cuando.
Ese error,
que no desamor,
olvido en agonía insepulta
palabra clandestina del corazón
son ruinas en cuyos cimientos nos edificamos
otra vez.