Los domingos, me decías que no me levantara temprano,
porque querías disfrutar del día, mientras el cuarto se llenaba de sol,
el tiempo se ponía de nuestro lado, nos olvidábamos de los relojes
y permanecíamos abrazados escuchando los ruidos
que venían de afuera.
La mañana se nos iba, a espaldas de la noche
con una sonata para piano de fondo y de una manera diferente.
El corazón saltando y delirante, mientras el hilo de las ganas
a punto de reventarse, con el calor que emanan las esteras
y las pequeñas barcas que pasan en la tarde.
Las garzas, con sus chillidos místicos volaban cerca, como danzando…
Y volver a dormir cuando la memoria del cuerpo,
quería descansar del beso.
Al final de la tarde y para que no nos sorprendiera la noche,
salíamos a caminar por la playa cuando ya el placer se había consumado
y sentíamos que todo el que pasaba y nos miraba,
sospechaba y se preguntaba:
¿en qué cama estuvieron hace poco?
LUCÍA
D.R.