Las migas que me dabas
saciaban con tal hartura
que pude hacer florecer
un continente yermo.
Fetos famélicos sin madre
crecían bajo la protección
de las dulces fantasías
que yo creé para ambos.
Y cuando la incubadora
de mi piel
calentó lo suficiente tu alma fría,
permitiste impasible
el asesinato de mi corazón
sin necesidad
de apartar la mirada.
Fue simple,
los dos nos alimentamos
de la felicidad que a mí
me proporcionaba amarte.