Desalojo del alma

El sol llora fuegos en mi corazón,
calienta la fragua de mi mente
y a golpes forja mi talante.
¿Quién diría que la propia daga
de mi amor habría de herirme?
Que habría de ser lastimada
por mis sentimientos que
alocados y fuertes,
aleteando como mariposas,
no supieron ver la flojedad de otros
o una sensatez impropia del amor.
La luna está fría, es fría y distante
como la punta de una montaña helada,
triste como la pena de un árbol quemado.
Estoy casi muerta de angustia,
casi muerta de risa de mi amor,
de su inocencia y su entrega.
¿Qué no hice por culpa de mis sentimientos?
Caminé, corrí,
volé sobre el mar,
el océano me saludó como a una vieja conocida
y tuve una Ítaca como Ulises
pero mi Penélope no me esperó,
tampoco le pedí que lo hiciese,
que lo que hay que pedir
mejor olvidarlo.
He perdido las llaves de mi casa
y mi casa soy yo.
Me digo que no puedo entrar
o no quiero entrar en el desastre de mi vida
y sentada en la escalera de los días
veo como el sol trata de abrir mi corazón
calentándome con sus generosos rayos.
Es inútil, me niego a entrar en mí,
he dejado que robasen mis sentimientos
esos que conformaban mi alma.
Han roto la chimenea donde crepitaban
los troncos de mi pasión.
Rajado el colchón donde saciamos
los deseos.
Destrozado el armario en el que
colgaban mis sueños.
Perchas vacías de palabras de amor.
Tras los cristales rotos de mis amores
se rueda un jocoso corto, con un largo trávelin
que poco a poco se funde en negro.
El sol se oculta empujado por el ocaso
y yo dejo de calentar el escalón de mis penas
dudando entre la locura
o acomodarme en el sofá de la norma.
Poner los pies en la tierra y dejar de soñar
junto a las hadas y los faunos.
Tomo aire,
sacio mi sed con una botella de ironía,
miro mi alma llena de vacío y dejo de llorar
recuperando mi locura, porque he recordado que
en todas partes hay tiendas de IKEA.

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