Una tarde de verano,
el caminante de mirada azul,
cogió su mano
y lo llevó por los senderos
que solitarios e insólitos
los tréboles de cuatro hojas
escoltan.
Atravesaron los campos
encintos de lavanda,
imposibles majadas donde
la amapolas
visten de azul turquesa
y donde los corderos
balan en cien
idiomas.
La desprendida yerba
regalando frescura
para sus pies desnudos.
Entregadas sus nucas
al sol de media tarde,
fueron lejos ,muy lejos,
en silencio dichoso
sin pensar en nada,
como cuando uno camina
con la mujer amada.