A la espera
de la hora tuya y mía
discurren relojes, ciudades,
abrazos y partidas.
Discurre la sólida existencia,
las sombras etéreas danzan,
transparentes y diáfanas
frente a nadie y entre todos,
como un diamante
incalculable y único.
La noche es un fruto
de piel infinita y perversa,
una quimera
que mata
pero no vive,
de sobresaltos y circulación,
de miel y humo.
Somos un instante
aferrado al vientre
de la eternidad.