No alcanzamos a percibir
la maltrecha línea divisoria
del amor y el desamor,
tenemos la memoria infesta de bruma
y el olvido amenaza
cayendo en gotitas de arena
encarceladas
en un viejo reloj
que no toma en serio el tiempo.
El silencio espía
cada noche que pensamos en lo perdido.
No hay reconciliación que surta efecto
y nos regrese
aquel momento de confesiones
y promesas con alas.
La culpa de todo la
tiene el crepúsculo
que incendió la tibia
fluidez de nuestra pesada sangre
y nos hizo ver a través de su profecía
la apertura del futuro
que nos erizo la conciencia
y puso trémulos
a la osadía y el deber.