Aceras llenas de ayer.
Solo al torcer las esquinas,
sabes que no volverás
a romperte en los poemas
que te juraron crecer.
Luna, excusas sin más.
Rotos los atardeceres,
el último lobo hambriento,
de la última manada
que reconoce sus vientos.
No hay más en ti
que tú mismo,
tras tus líneas de metal
y atormentados desiertos,
invitándote a escribir.
Todo lo tomo prestado.
La luz, el agua, la hiedra,
la conjugación de verbos
y el perfume de los tiempos,
desordenando materias…
Va el poeta en su calvario,
recogiendo los sonidos,
creando necesidad,
dándole voz a la piedra,
a la tierra y sus gemidos.
Pedro…de momento.