Coróname de llanto las mejillas,
que tu verbo esplendoroso recela;
dame la madrugada de gacela
donde esculpe la noche sus orillas.
Dame tu silencio, las maravillas
que curvan tu silueta, la cancela
donde la luz se irisa; donde encela
tu mano la madera y sus astillas.
Y en la cercanía de tu cintura,
prenderé los perfiles de mi olvido;
desbrozaré, con los dientes, la altura
mayestática de lo que te pido:
nunca me abandones en noche oscura;
nunca dejes mi retrato perdido.