Con el izquierdo

Descontrol. Las voces en mi cabeza vuelven a pelear. Una me dice que te busque en mis recuerdos, la otra que se me ha dormido el pie izquierdo y no me podré levantar.

Lo peor del viaje al centro de la locura es que, dentro de ese tren, siempre hay una rejilla por donde se cuela la luz suficiente para que, en el fondo, seas perfectamente consciente de lo desequilibrado que estás.

Hay una tercera voz te que grita: ¡Reacciona! Pero eres incapaz de obedecer.

La genialidad de ayer, todos tus cumplidos, son hoy papel mojado. Y no recuerdo, exactamente, que es lo que decías ayer.

Tu cara sin rostro, que me habla sin mirar me confunde, y la rejilla me dice que tengo que huir. Pero no puedo porque se me ha dormido el pie izquierdo y estoy atrapado en este camastro.

Hace frío y sólo tengo dos finas sábanas con el escudo del hospital bordado. Se escuchan voces fuera de la habitación, debería salir huyendo de aquí, pero todas las puertas están cerradas.

Algo me dice que tendría que echar a correr pero, ya sabes, mi pie izquierdo y mis pensamientos congelados de clonazepam me recuerdan que la puerta de la habitación está ahí cerca, casi al alcance de la mano pero también lejos a miles de años luz de este planeta.

Y me pregunto si alguien aquí es capaz de pensar como yo, no lo mismo, sino de la extraña manera que yo lo hago.

Empiezo a gritar y, cuando creo que nadie me escucha, llegan gigantes vestidos de blanco que me atan a la cama. No puedo mover brazos ni pies, más clonazepan, me duele el pie izquierdo, quizá se esté despertando.

Y tú, flotando en la habitación, mirándome sin ojos y recordándome que las bellas palabras que me dedicabas ayer hoy se han convertido en una pesadilla.

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