Cautivo

Del sonoro clavo fui preso.

No tomé el moho de la nuca.
No hospedé al ñandú sombrío.
Y sin embargo, del sonoro clavo
fui preso.

Tantas cuerdas de mis ojos salieron.
Tantos millares de larvas
y colmillos arrumbados.
Tantos espinos muertos
por la cintura…
Sólo porque viniste prendida
bajo los garfios miserables,
sólo porque viniste borracha
por los cuatro recodos,
con aspas en las tetas
y abismos en la barriga.

¿Llenas tus cuencas
de azúcar?
¿Huellas de almagre
en tu concha cerrada?

No salgas por el círculo
o el alfiler deshabitado,
que tú oyes de la oruga
el pilar de la masa vinagre,
y tomas el arco decente
como la jungla de tu pelo,
cambiándole de sustancia
en el sereno conmovido,
ardiente de tontos pétalos,
ardiente de poros agrestes,
vuelta un ocho rebelde
lejos del folio desechado.

Tu noche se desconcha
a pedazos… lo sé.
Tienes el feto melancólico
en los burdos cuernos.
Cada paso a impulsos
te consume las sienes.
Cada síntoma recóndito
expone tu ruda frigidez.
¿Me crees gorrión apocado?
No te equivoques, temporal.
Yo vencí a satán sin verlo.

Bebe la cicuta dulce
de la rosa sacralizada.
¡Bebe! No la ignores.
Para mañana es tarde
porque la yedra agoniza.
A menos que pienses cerrojos
por las ubres escarchadas
y sientas un babel apagado.

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