Nada más iniciar la bajada desde el Puerto del Gamo, aparece frente a nosotros el pueblo del Casar de Palomero, majestuoso en su valle, rodeado de montes y decorado con las verdes tonalidades de su vegetación.
Me adentro por las angostas calles que nos conducen a la plaza. Paredes recias, de miradas curiosas hacia los extraños. Por aquí, en otros tiempos, pasearon juntos judíos, moros y cristianos. Cruz Bendita, barrio de los Barreros, lugares que recorrieron mis ancestros, piedras y barro que vigilaron mis primeros pasos. Sucesos que se perdieron en el tiempo. Inútilmente, recorro el camino observando los detalles e intentando resucitar antiguos vestigios en mi memoria, pero no lo consigo. Ya no queda nadie que me ate a los recuerdos perdidos de mi niñez.
Por estas calles,
cuando el frío aparece,
se hiela el laurel.